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El pájaro y la bruja

Por Andrés Carrero

De forma tan intensa y excesiva habían sido cazados para llevarlos a los jardines de las familias más poderosas que en los llanos ya era muy difícil encontrar un pavo real caminando libre entre las charcas y las quebradas. Tal era su escasez que cualquier llanero que lograba ver uno pensaba de inmediato que el afortunado encuentro era un signo milagroso de buen agüero y prosperidad. Pero en el llano, como todo el mundo sabe, no hay alegrías eternas y más temprano que tarde el milagro se transforma en desgracia.  Se ha dicho que en el llano y su selva vive el diablo.

Bien adentro en la llanura, donde el río Meta alimenta con sus negras corrientes la selva de los micos y las babillas, las dantas y los tigrillos, hay un gran rancho en el que hoy viven prósperamente, aunque entre el recelo de los vecinos, los hijos de la difunta señora Bárbara Calderón, mujer distinguida por su malicia y sus extravagantes y largos vestidos de infinitos colores. También fue reconocida porque en su juventud se le acusó incansablemente de ser una bruja que se aprovechaba de los hombres para su propio beneficio. Debido a los colores exóticos de sus vestidos y a lo elegante de su figura, a la señora Bárbara la conocían también como el pavo real.

Bárbara Calderón, sin embargo, no siempre vivió en el rancho en el que murió y en el que dejó bien asentada su aristocrática estirpe, de la que no se tiene certeza alguna sobre quién la engendró. Incluso algunos se han atrevido a decir que como bruja había sido capaz de parir sin usar al hombre. En cualquier caso, Bárbara asumió el poder de esas tierras exactamente dos meses después de la desgraciada y misteriosa muerte del dueño anterior, que había sido el esposo de Bárbara y con el que, sin embargo, nunca llegó a vivir mucho tiempo, y del que no parió hijo alguno. Ni siquiera había pasado un año de casados cuando Don Tano huyó con otra mujer, harto ya de soportar todas las acusaciones que se decían en contra de Bárbara y de su matrimonio: que bruja, que arpía, que no se quería dejar preñar, que solo quería plata, que era una mentirosa y una embaucadora. Finalmente fue la otra mujer y no la esposa legítima la que dio a Tano lo que más quería, su único y maldito hijo.

Una vez abandonada por su esposo, la señora Bárbara Calderón desapareció por completo durante muchos años. Nunca nadie supo con real y firme certeza lo que le había ocurrido o a dónde se había ido. Unos dijeron que la mujer era débil y no soportó el dolor y la vergüenza, que se había ahorcado por desamor; otros dijeron que como era bruja se había ido a la selva a vivir entre los árboles y las bestias. Lo cierto es que nadie podía saberlo y nadie lo supo. Pronto la mujer fue olvidada y nada se volvió a conjeturar.

Tano se asentó en unas tierras lejanas entre las selvas del río Meta, tierras que habían sido de su padre y de su abuelo. Allí la nueva mujer le dio a su hijo, a quien trató de criar como un auténtico hombre del llano y heredero de la tierra, la cosecha y el ganado.

En la finca creció el niño en soledad junto a su padre. El duro parto se había llevado a la mujer, dejando al hijo recién nacido huérfano de madre.

Solitario creció Nataniel, un niño inquieto que gustaba de perseguir las gallinas y robarles los huevos para encabronarlas, un niño que desde los cinco años aprendió a dominar las bestias y cabalgarlas para seguirle el paso al ganado. Como todos los niños del llano muy rápido aprendió a nadar en rio y moverse sin problema entre la fuerte corriente del meta. De las cosas del llano, Nataniel sentía una cierta predilección por el agua, las charcas, los ríos, las quebradas y también por las aves, sobre todo por las más grandes.

Al cumplir los 13 años, Nataniel ya tenía la costumbre de tomar largos paseos en solitario o en compañía de sus pocos amigos hasta alguna de las charcas que estaban cerca de la finca. Le gustaba ir a ver los armadillos y los chigüiros beber agua o tomar un baño y disfrutaba con el riesgo de encontrarse una babilla nadando entre las oscuras aguas o caminando lentamente entre las altas hierbas.

La tarde en que conoció el animal más bello que alguno vez llegó a ver, el sol rojizo ardía como brasa sobre el cielo, como si el mundo se consumiera en una gran llama de la que solo quedaría la ceniza de la noche. Nataniel estaba cerca de una charca con sus amigos, recostado sobre el largo pasto y oyendo las chicharras y los sapos aparecer. De pronto escucharon entre toda la maleza silenciosa el ruido de un gran animal que caminaba con paso lento y mesurado y al cual no lograban ni ubicar ni distinguir.

Los amigos se miraban unos a otros, niños expectantes aguardando a que de un momento a otro una bestia irrumpiera en la charca y mostrara su misterioso cuerpo.

Antes de que cayera la negra y estrellada noche, de entre la alta hierba los niños vieron emerger una extraña silueta de infinitos y extravagantes colores, un gran abanico chino puesto frente a sus ojos. El crepúsculo hecho animal.

Pronto notaron que no se trataba de una ilusoria silueta sino del más hermoso plumaje que en la naturaleza podría llegar a manifestarse. De la hierba había salido un pavo real que extendiendo su plumaje cuán grande y colorido era se acercó a la orilla a beber agua de la charca. Nataniel estaba extasiado mientras contemplaba los exquisitos colores reflejándose sobre las cristalinas aguas de la charca. Era el animal más hermoso que alguna vez había visto, y no pocos animales hermosos  había conocido.

El pavo real, como si estuviese dotado de una extrañísima inteligencia y una capacidad seductora singular, fijó la negra y elegante mirada sobre el pequeño Nataniel, que parecía embrujado por la profundidad con que era observado.

Poco a poco la llanura se consumió en la oscuridad de la noche. Los niños entonces decidieron que tenían que irse. Ya también el bello animal se había perdido entre la negrura y el silencio de las chicharras y los sapos.

Nataniel no dejaba de dar forma en sus pensamientos a la figura esbelta y delicada del ave. Trataba de recordar con absoluta meticulosidad los colores que conformaban el plumaje. La novedad de haber conocido por primera vez una criatura así se reflejaba en su alma como una alegría suprema.

En cuanto volvió a la finca le contó con regocijo a su padre sobre el avistamiento. Con sorpresa, Don Tano le explicó a Nataniel que era un joven afortunado: no todos podían ver un pavo real libre caminando por las llanuras. El padre compartió la alegría del hijo y quiso contarle historias de cuando la llanura era abundante en toda clase de bestias, que incluso era común encontrar grandes caimanes y de vez en cuando podían ser vistos los solitarios jaguares, que sin que nadie se diera cuenta se devoraban el ganado en medio de la noche, dejando solo el sutil rastro de sus huellas sobre el barro.

Con felicidad, Nataniel se fue a recostar en su cama para dormir. Muy pronto el negro descanso comenzó a transformarse en una misteriosa ensoñación. Nataniel había vuelto en el sueño a la charca. De la orilla vio emerger con movimientos sutiles la hermosa ave que antes había encontrado con sus amigos. El pavo real observaba a Nataniel con unos ojos penetrantes y poco a poco se fue acercando. Cuando ya estaba a unos pocos metros desplegó como un infinito abanico su larguísima cola y continuó acercándose al niño, que aunque estaba algo asustado, se deleitaba con los colores. Con el plumaje extendido cuán grande era, el ave acechó y rodeó a Nataniel, sumiendo todas sus visiones en las formas semejantes a ojos que su cola reflejaba. Amedrentado, Nataniel cerró los ojos mientras el suave plumaje recorría y rodeaba su cuerpo.

Entonces sintió algo frío y delicado que recorría sutilmente su cuello y bajaba por su pecho, produciendo escalofríos y un cosquilleo a la vez agradable y perturbador. Nataniel abrió los ojos y vio sobre su pecho la pálida mano de una mujer. Escuchó leves susurros sobre su oreja y sintió una húmeda boca que lentamente le consumió el cuello en un beso. “Ven a verme mañana, Nataniel, quiero que solo tú vengas a verme. No traigas a nadie más”.  El joven fue seducido y en el sueño conoció lo que era el cuerpo de la mujer, más bello y deleitable que el de cualquier bestia en la llanura.

En la mañana Nataniel despertó con los gallos y solo pensaba en los recuerdos que el misterioso sueño le había dejado. Esperaba con ansias que llegara la tarde para volver a la charca y cumplir su cita.

Cuando llegó la hora tomó una vieja bicicleta y fue lo más rápido que pudo. En la charca encontró el silencio de la tarde. Se metió entre la alta hierba para acercarse a la orilla.

En la otra orilla, a unos escasos metros, Nataniel observó el bello pavo real bañando su perfecto plumaje con las cristalinas y verdosas aguas de la charca.

De nuevo, el ave fijó su penetrante mirada sobre el joven y este distinguía en el animal rasgos propios de lo que pertenece a la estirpe humana: una mirada llena de deseos, de pensamientos, de viejos recuerdos y viejos rencores.

La belleza del pavo real era tanto la causa de un placer extraño y misterioso para Nataniel como la causa de un horror profundo y abismal.

Siguiendo un paso lento y mesurado el ave se acercó a tal punto que si Nataniel no hubiese estado temblando del miedo, habría podido acariciarlo con tan solo mover un poco la mano. Notó entonces que el pavo real traía entre su pico una pequeña culebra muerta, que al parecer había matado recién. Dejó la culebra muerta sobre el suelo, como si entregara una ofrenda a Nataniel y en cuanto este movió su mano para acariciar suavemente el plumaje, el pavo desplegó las alas y emprendió el vuelo repentinamente hasta la oscura copa de un árbol cercano. Nataniel vio el cadáver de la culebra y con horror se fue a la finca lo más rápido que pudo.

Había entrado ya la noche. El tiempo había sido confuso para Nataniel, que en cuanto llegó contó a su padre con frenesí que la fortuna le había sonreído dos veces, pues había visto de nuevo el pavo real.

-Encontrarse un pavo real es de buena suerte, pero encontrárselo dos veces es muy extraño por no decir que es mal agüero. La selva está llena de cosas raras. La próxima vez hay que matar ese pájaro. – Le respondió con frialdad y superstición Don Tano a su hijo.

Nataniel no pudo decir nada más y entonces se fue a su habitación a descansar. La noche lo sumergió en una profunda ensoñación. De nuevo Nataniel estaba cerca de la charca, tomando un paseo al final de la tarde, casi entrada la noche. Entre las sombras nocturnas y la espesa hierba descubrió a una mujer bañándose y cantando en la orilla de la charca. Era una mujer bellísima, desnuda y de suma elegancia. Nataniel la observaba escondido entre la hierba y entonces de tanto mirarla con deseo, finalmente la recordó. Ya había visto a esa mujer, ya había soñado a esa mujer, ya había tocado a esa mujer.

Nataniel quiso acercarse y en cuanto lo vio, la mujer le sonrió con dulzura, lo guió con el dedo para que se acercara y cuando se acercó, ella se sumergió en el agua negra de la charca. 

Nataniel no la veía salir y entonces corrió hasta la orilla y miró entre las aguas esperando encontrarla. De entre los remolinos que formaba con el movimiento de sus desesperadas manos, comenzaron a emerger imágenes que apresaron por completo los pensamientos del joven Nataniel.

Sobre las sombras del agua fueron apareciendo imágenes de otra época, época de la que Nataniel no tenía recuerdos. Vio a su joven madre embarazada, sufriendo y henchida de dolor en pleno parto. Oía sus desgarradores gritos atravesando todos los rincones de la casa. Don Tano estaba nervioso, angustiado. La partera le insistía constantemente en que había que llevar a la mujer a un hospital, que el parto se había complicado. Don Tano se negaba, aseguraba que él y los de toda su familia habían nacido en esa casa, que no hacía falta ir hasta un hospital. Además no quería irse hasta el pueblo a mostrarle a todo el mundo que había preñado a una mujer que no era su esposa. Prefería ahorrarse los problemas y confiar en que la muerte era algo lejano y esquivo para una joven mujer que era capaz de albergar la vida en su vientre fecundo.

Las conjeturas de Tano, sin embargo, fueron erradas. Era la partera quien tenía razón. Al final de la noche un niño había nacido y una mujer había muerto. La negligencia de Tano había dejado a su recién nacido hijo, Nataniel, huérfano de madre.

La ensoñación sobre el agua cesó y sobre la charca, saliendo hacia la orilla, Nataniel vio con sorpresa al pavo real que lo había visitado durante esos días. El ave desplegó su plumaje y mostró a Nataniel los infinitos ojos de infinitos colores que escondía entre su larga cola. Entre el pico cargaba una culebra muerta que dejó caer a los amedrentados pies del niño.

Nataniel despertó horrorizado en medio de la noche. El sueño lo dejó inquieto por varios días y varias noches. El alma se le fue llenando de un agudo y profundo resentimiento hacia su padre. A Tano ya no podía verlo a los ojos sin despreciar su existencia.

El odio que le fue sembrado poco a poco tomó una forma menos confusa. Por tres noches Nataniel soñó que asesinaba a su propio padre y que entonces vengaba la muerte de su madre. De las terribles ensoñaciones despertaba amedrentado por la crueldad de su oculto deseo. Pero el resentimiento ya había echado hondas raíces en Nataniel y entonces transformaba el miedo en estrategia y firme resolución.

A la cuarta mañana, tras la tercera ensoñación, el carácter de Nataniel ya estaba decidido. Tomó la vieja escopeta y sembró dos balazos en el pecho de su padre, que cayó muerto en la sala de la casa. Lleno de temor, Nataniel tuvo que huir. Salió de la casa y sobre un gran palo de mangos vio un pavo real. Entre su pico cargaba una culebra muerta que dejó caer a los pies de Nataniel, del que nunca se volvió a saber nada en los llanos y del que se rumorea que atravesó la selva y el Orinoco para llegar hasta Venezuela.

A los dos meses del asesinato apareció una esbelta y distinguida señora, portando unos extravagantes vestidos de seda que iban desde su largo cuello y finos hombros hasta sus pies ligeros. Era Bárbara Calderón, mujer hermosa y legítima esposa de Tano, que venía a reclamar la finca que ahora era suya. Pronto la mujer se asentó en la casa y vivió felizmente como la viuda de Don Tano.

En cualquier caso, conviene ahora aclarar que la madre de Nataniel murió en la cama de un hospital a pesar de todos los esfuerzos de los médicos y de Tano para salvarla. Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua.

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